El ascensor existe desde hace bastante tiempo, pero esto no implica que las personas hayan superado la sensación de incomodidad que a veces les produce el tener que compartir el reducido espacio de un elevador con otros usuarios.
Casi todas las personas sufren cierto desasosiego al compartir un viaje de ascensor, debido distintas reacciones psicológicas y de comportamientos sociales relacionados con la falta de espacio vital, la forzada cortesía y otros aspectos culturales.
Debemos tener en cuenta que la convivencia entre seres humanos, en espacios reducidos ha ocurrido durante millones de años en la historia de la humanidad, en algunos casos con el resultado de un comportamiento agresivo o violento y en otros casos con el resultado del desarrollo de pautas y convenciones de comportamiento para favorecer la convivencia.
Los ascensores, como espacio extremadamente reducido de convivencia, se han utilizado para estudiar estos comportamientos, conocer mejor la psicología humana y detectar los límites de las pautas de relación social. Por este motivo algunos científicos se han especializado en la observación y el estudio del comportamiento humano en los ascensores, con el resultado de sorprendentes conclusiones, que a veces pueden parecer poco útiles pero que tienen numerosas aplicaciones.
Uno de los principales investigadores del “comportamiento de ascensor” es el doctor Lee Gray, de la Universidad de Carolina del Norte. Según explica Grey en una entrevista en la BBC “Casi todos nos encerramos en nosotros mismos. Entramos, presionamos el botón y nos quedamos perfectamente quietos (…) El elevador se convierte en un espacio interesante, en donde las normas de comportamiento se vuelven extrañas”, explica. “Son ámbitos socialmente curiosos a la vez que muy raros”
Sus estudios sobre esta materia son famosos y más prácticos de lo que pueden parecer en un principio, ya que se han tenido en cuenta para el diseño y fabricación de transportes públicos como metros o autobuses tratando de evitar la sensación de incomodidad y la claustrofóbica falta de espacio.
Uno de los factores que interesan a los científicos para estudiar el comportamiento en ascensores es que dentro de este espacio no existen patrones sociales. En un ascensor todos sus ocupantes son igual de extraños los unos a los otros y cada uno de ellos lucha por establecer un espacio personal equilibrado con el resto. Esta particularidad hace que, cuando entramos en un ascensor, ocupemos los espacios buscando este equilibrio.
Existe una disposición común de los ocupantes de un ascensor. A esta disposición los científicos la denominan “El esquema de los dados”, ya que se asemeja a la posición de los puntos de unos dados:
– Si sólo existe una persona, esta tiende a ubicarse en el centro del ascensor.
– Si entra un nuevo ocupante, las dos personas se sitúan en ángulos opuestos.
– Si hay tres personas ocuparán la posición de un triángulo en cada ángulo de la cabina.
– Si hay cuatro personas ocuparán las 4 esquinas de la cabina.
En el caso de entrar otro ocupante, la situación se complica. El quinto tiende a ocupar el centro, de manera equidistante al resto y en el caso de entrar un miembro más, el del centro pasa al fondo formando la disposición del nº6 de los dados.
Este patrón de organización se produce de manera automatizada e inconsciente y ningún viajero tiende a recibir más espacio que el resto. Pero a veces se producen patrones de organización social, y en repetidas ocasiones, los científicos han detectado que los señores de mayor edad se acaban ubicando al fondo de la cabina, por delante de ellos los hombres más jóvenes mientras que las mujeres de cualquier edad se ubicaban próximas a la puerta.
Por lo general, los científicos también han detectado que los individuos tienden a entrar en el ascensor y girarse mirando a la puerta pero existe la tendencia a actuar según actúe el grupo, con comportamientos de imitación. En algunos experimentos se ha demostrado que, si todos los ocupantes de un ascensor miran hacia la pared del fondo o la pared lateral, un nuevo ocupante hará lo mismo, como demuestra este vídeo de un experimento en una universidad americana:
Otro de los aspectos estudiados por los científicos es hacia donde mira la gente del ascensor. El comportamiento más común entre ocupantes es evitar el contacto visual y dirigir la mirada hacia el techo, el suelo o el teléfono móvil.
¿A qué responde este comportamiento? Dario Maestripieri, de la Universidad de Chicago tiene la respuesta. Tal y como explica en Wired, el reflejo de mirar al techo en los ascensores no es una reacción racional sino una respuesta automática e instintiva, programada en nuestro cerebro tras miles de años de evolución y supervivencia. En realidad, es una manera de protegernos de los otros y de no despertar reacciones inesperadas.
La invasión del espacio personal es tomada como una amenaza en la mayoría de animales incluido los humanos. Por eso nos incomoda estar con alguien desconocido en un espacio tan reducido como una cabina de ascensor, que acostumbra a tener una superficie aproximada de dos metros cuadrados. Para rebajar la sensación de amenaza automáticamente adoptamos este tipo de comportamientos al subir al ascensor.El ascensor existe desde hace bastante tiempo, pero esto no implica que las personas hayan superado la sensación de incomodidad que a veces les produce el tener que compartir el reducido espacio de un elevador con otros usuarios.
Casi todas las personas sufren cierto desasosiego al compartir un viaje de ascensor, debido distintas reacciones psicológicas y de comportamientos sociales relacionados con la falta de espacio vital, la forzada cortesía y otros aspectos culturales.
Debemos tener en cuenta que la convivencia entre seres humanos, en espacios reducidos ha ocurrido durante millones de años en la historia de la humanidad, en algunos casos con el resultado de un comportamiento agresivo o violento y en otros casos con el resultado del desarrollo de pautas y convenciones de comportamiento para favorecer la convivencia.
Los ascensores, como espacio extremadamente reducido de convivencia, se han utilizado para estudiar estos comportamientos, conocer mejor la psicología humana y detectar los límites de las pautas de relación social. Por este motivo algunos científicos se han especializado en la observación y el estudio del comportamiento humano en los ascensores, con el resultado de sorprendentes conclusiones, que a veces pueden parecer poco útiles pero que tienen numerosas aplicaciones.
Uno de los principales investigadores del “comportamiento de ascensor” es el doctor Lee Gray, de la Universidad de Carolina del Norte. Según explica Grey en una entrevista en la BBC “Casi todos nos encerramos en nosotros mismos. Entramos, presionamos el botón y nos quedamos perfectamente quietos (…) El elevador se convierte en un espacio interesante, en donde las normas de comportamiento se vuelven extrañas”, explica. “Son ámbitos socialmente curiosos a la vez que muy raros”
Sus estudios sobre esta materia son famosos y más prácticos de lo que pueden parecer en un principio, ya que se han tenido en cuenta para el diseño y fabricación de transportes públicos como metros o autobuses tratando de evitar la sensación de incomodidad y la claustrofóbica falta de espacio.
Uno de los factores que interesan a los científicos para estudiar el comportamiento en ascensores es que dentro de este espacio no existen patrones sociales. En un ascensor todos sus ocupantes son igual de extraños los unos a los otros y cada uno de ellos lucha por establecer un espacio personal equilibrado con el resto. Esta particularidad hace que, cuando entramos en un ascensor, ocupemos los espacios buscando este equilibrio.
Existe una disposición común de los ocupantes de un ascensor. A esta disposición los científicos la denominan “El esquema de los dados”, ya que se asemeja a la posición de los puntos de unos dados:
– Si sólo existe una persona, esta tiende a ubicarse en el centro del ascensor.
– Si entra un nuevo ocupante, las dos personas se sitúan en ángulos opuestos.
– Si hay tres personas ocuparán la posición de un triángulo en cada ángulo de la cabina.
– Si hay cuatro personas ocuparán las 4 esquinas de la cabina.
– En el caso de entrar otro ocupante, el quinto tiende a ocupar el centro, de manera equidistante al resto y en el caso de entrar un miembro más, el del centro pasa al fondo formando la disposición del nº6 de los dados.
Este patrón de organización se produce de manera automatizada e inconsciente y ningún viajero tiende a recibir más espacio que el resto. Pero a veces se producen patrones de organización social, y en repetidas ocasiones, los científicos han detectado que los señores de mayor edad se acaban ubicando al fondo de la cabina, por delante de ellos los hombres más jóvenes mientras que las mujeres de cualquier edad se ubicaban próximas a la puerta.
Por lo general, los científicos también han detectado que los individuos tienden a entrar en el ascensor y girarse mirando a la puerta pero existe la tendencia a actuar según actúe el grupo, con comportamientos de imitación. En algunos experimentos se ha demostrado que, si todos los ocupantes de un ascensor miran hacia la pared del fondo o la pared lateral, un nuevo ocupante hará lo mismo, como demuestra este vídeo de un experimento en una universidad americana:
Otro de los aspectos estudiados por los científicos es hacia donde mira la gente del ascensor. El comportamiento más común entre ocupantes es evitar el contacto visual y dirigir la mirada hacia el techo, el suelo o el teléfono móvil.
¿A qué responde este comportamiento? Dario Maestripieri, de la Universidad de Chicago tiene la respuesta. Tal y como explica en Wired, el reflejo de mirar al techo en los ascensores no es una reacción racional sino una respuesta automática e instintiva, programada en nuestro cerebro tras miles de años de evolución y supervivencia. En realidad, es una manera de protegernos de los otros y de no despertar reacciones inesperadas.
La invasión del espacio personal es tomada como una amenaza en la mayoría de animales incluido los humanos. Por eso nos incomoda estar con alguien desconocido en un espacio tan reducido como una cabina de ascensor, que acostumbra a tener una superficie aproximada de dos metros cuadrados. Para rebajar la sensación de amenaza automáticamente adoptamos este tipo de comportamientos al subir al ascensor.